EL ESPÍRITU SANTO PROMETIDO A LA ORACIÓN

 Jesús se despedía de sus Apóstoles, hablando siempre del Espíritu Santo; con su Corazón conmovido porque iba a dejarlos huérfanos; pensando en un consolador para ellos, en el Paráclito, que les endulzara el dolor de su ausencia, y los preparara a las persecuciones, suplicios y cárceles haciendo rebosar de júbilo sus corazones con el Espíritu Santo.
"Promesa del Padre", 124, llama san Lucas a la venida del Espíritu Santo, porque es la realización de todos los planes de la bondad de Dios para con los hombres.
La fe nos enseña que el Espíritu Santo está atento y pendiente de cada uno de nosotros, que nos sigue a todas partes, que "habita en nuestros corazones", 125, que quiere hacernos santos. Entonces, ¿cómo no serlo, si lo tenemos más cerca que nosotros mismos? ¿Cómo languidecer en la vida espiritual, si llevamos con nosotros a la misma actividad?
Jesús da a los Apóstoles el Espíritu Santo como consolador: "Conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, el Espíritu Santo no vendrá". 126
Jesús, por el Espíritu Santo, escoge a sus Apóstoles de entre las multitudes, y se goza en su sencillez; más tarde, les comunica sus poderes y con ellos "edifica el Cuerpo místico del cual él es la Cabeza". 127
El Espíritu Santo es el soplo fecundo de Amor que da vida a la Iglesia. Es él quien da fuerza para vivir la nueva ley del Amor... Es el Espíritu quien da a la Iglesia la gracia para el ministerio de la salvación: la infalibilidad, la perseverancia, el sacerdocio, el poder de perdonar los pecados; todo pertenece a la misión visible del Santo Espíritu.
El Espíritu Santo es el corazón de la Iglesia pues la diviniza y une: "es el Alma" que la vivifica; y canta en su liturgia: "por el Espíritu Santo todo su cuerpo es vivificado y santificado".
El Espíritu Santo es el alma del Cuerpo místico, el que infunde todas las virtudes a los apóstoles, a los mártires, a las vírgenes, a todos los santos.
Desde el Bautismo renace el hombre por el agua y el Espíritu Santo: "Serán bautizados con el Espíritu Santo". 128
En la Confirmación, con el santo crisma recibimos el sello del Espíritu Santo, porque este sacramento viene a ser el Pentecostés de cada cristiano.
Si hemos pecado, el sacerdote nos reconcilia con Dios, con el poder que recibió del Espíritu Santo.
En la Unción de los enfermos, la Iglesia derrama el aceite y ruega por el enfermo, en nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
En la Eucaristía recibimos el Cuerpo de Jesús formado por el Espíritu Santo.
El Matrimonio es santificado por la gracia del Espíritu Santo; y en el Orden sacerdotal, al imponer las manos el Obispo quiere significar cómo el Espíritu Santo imprime un carácter nuevo e indeleble.
Las últimas palabras de Jesús al subir al cielo en su gloriosa Ascensión fueron: “A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su propio poder. Pero recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en Samaria y hasta los confines de la tierra". 129
¡Que venga a nosotros ese Espíritu Santo, luz indeficiente, centro de toda dicha, que anhelamos ser sus apóstoles, su "FAMILIA" en la tierra, su ejército de paz, de caridad, para ser testigos del Verbo hecho carne! ¡Seamos luz para el mundo con la devoción y el reinado del Espíritu Santo y, con ella la alegría, la dicha y la paz de la verdad!
ORACIÓN ¡Oh Espíritu vivificador, que rebosas en piedad para los hombres!, ¡quiero vivir siempre en tu presencia para "amarte y hacer que seas amado!".
¡Ven, oh Santo Espíritu, a renovar todas las cosas en Cristo!
Con tu benéfica influencia se renovarán las sociedades, se levantará la Cruz con el Corazón de Cristo en su centro para la salvación de la humanidad.
¡Hazlo así, Jesús divino. Fruto precioso del Espíritu Santo; tú que eres "el amor de la Trinidad para el hombre"!
¡Envía un nuevo Pentecostés a la tierra, y que sea consagrada al Espíritu Santo! Amén.
Todo por María, esposa del Espíritu Santo.
(123) Lc 11,13; (124) Lc 24,49; (125) Rom 8,11; (126) Jn 16,7; (127) Col 1,18; (128) Hech 1,5; (129) Hech 1,7-8.

El texto anterior lo tomé de lso escritos de la beata mexicana Conchita de Armida

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